
Te sentaste en aquella silla y cerraste los ojos. Y de tu boca rompieron con furia esas palabras que me siguieron durante tantos años...
Amo tanto, tanto la vida; que de ti me enamoré.
Y de amarte tanto, tanto; puede que no te ame bien.
Si yo fuera tu asesino, conmigo no tendría clemencia.
Y me condenaría a muerte, que es condenarme a tu ausencia...
Y de amarte tanto, tanto; puede que no te ame bien.
Si yo fuera tu asesino, conmigo no tendría clemencia.
Y me condenaría a muerte, que es condenarme a tu ausencia...
Y así seguiste por un rato, rasgándome el alma con cada palabra. Mirándome sin mirarme, diciendo todo aquello que te morías por decir...
Y qué importa ya... si no necesito pastillas para dormir si estás conmigo, todos los sueños florecen si me hablas al oído...
Y qué importa ya... si no necesito pastillas para dormir si estás conmigo, todos los sueños florecen si me hablas al oído...
Y una y otra, y otra vez... Y sigues tarareando esas melodías prohibidas para mí. Esas melodías que guardé en una cajita para siempre...
Y te vas.
Y yo sigo mi camino, de nuevo comiendo sobras del amor.
Y te vas.
Y yo sigo mi camino, de nuevo comiendo sobras del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario