Ese lugar donde pululan los restos de la noche. Las risas, que ya no lo son tanto, la inconsciencia, el alcohol, el humo y el sudor.
Ahí, en una tarima, me balanceo suavemente con una cerveza, meciéndome al supuesto ritmo de la música. O a mi ritmo. Poco importa ya en esos momentos.
Noto que me tocan. Me giro. Él me pide disculpas con una sonrisa. Sonrío. Le veo.
Es él?? No puede ser. Hace ya demasiado tiempo. No debería estar aquí. Pero claro, yo tampoco.
Le miro. Con la cara desencajada. Me mira. Sigue sonriendo.
Entonces me abraza. Un abrazo largo y cálido. Sí -me digo- es él.
El mundo se para en ese instante. Y ahí, en ese lugar, lleno de tanta gente, solo estamos nosotros dos.
Empezamos a hablar, o a balbucear. Queriendo decir demasiadas cosas en tan poco tiempo. Aprovechando cada milésima de segundo de ese momento. Sin dejar de mirarnos, de tocarnos, de acariciarnos, de devorarnos desde nuestra distancia.
"Los años pasan, pero no puedo dejar de mirarte a los ojos. Sigues ahí, como la última vez que te vi. Cuando eras mi niña".
Vuelve a acercarse. "Me alegro mucho de verte, de verdad". Me abraza de nuevo. "Lo siento, no puedo evitar hacerlo. Y sigues oliendo tan bien... La verdad es que sigo buscando ese olor desde hace muchos años, y no lo encuentro". Le sonrío. Me sonríe. No quiero que se vaya, y él lo sabe.
Pero el tiempo pasa, y los dos lo sabemos. Tenemos que volver a la realidad y salir de nuestro mundo. Le miro, me sonríe, y le beso. Un beso pequeño, fugaz y tierno, como nuestra historia.
Y entonces me voy. Le doy la espalda y no quiero volver a mirarle, aunque me vaya la vida en ello. Porque sé que si le miro no habrá nadie capaz de despegarme de él.
Pasan las horas, o quizás fueron tan solo minutos. Y me voy. Me armo de valor para volver a buscarlo y despedirme, pero no le veo.
Salgo de allí, con la mente en otro lugar y en otro tiempo. "Lo soñé" - me digo.
Y justo, antes de quedarme dormida, para soñar con él, llega ese mensaje tan esperado: "un beso, angel del recuerdo".
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